Alberto Beltrán
Aproximación
Luis Francisco Gallardo Esparza
Abordar en su conjunto y vastedad el trabajo de personas que enfocaron sus aptitudes y talentos al ámbito de las artes, conlleva una serie de complejos desafíos y matices, tanto teóricos como técnicos. Este es el caso de Alberto Beltrán (1923-2002), excepcionaI artista y maestro.
Con motivo del centenario de su nacimiento, se ha esbozado esta breve -acaso brevísima- muestra de su obra, como una invitación a los distintos públicos, para ahondar en la producción de un creador que, sin lugar a dudas, reconocerán en muchos de sus trazos. Él delineó las bases de una narrativa visual que fijó uno de los caminos para acercamos al arte popular. Esto se afianza y consolida con el profundo conocimiento y admiración que Beltrán tenía de las múltiples y sutiles formas de expresión de los creadores y sus comunidades.
La rigurosa labor de registro y catalogación de estas manifestaciones creativas sólo es un ejemplo del compromiso social que alimentaba y fortalecía su mirada crítica y sus trazos llenos de convicción y verdad. A esto se suma su evidente vocación para la docencia. Beltrán configuró, facilitó y medió en procesos educativos que en el mediano y largo plazo dieron forma a una extraordinaria fuerza expresiva en ilustradores, dibujantes y artistas de disímbolas vocaciones que siguieron alimentando el extraordinario caudal gráfico que como nación nos enorgullece.
Prácticamente no existió campo de la producción gráfica donde Alberto Beltrán no tuviera una participación destacable y consecuente. Su paso -a modo de ejemplo- por el Taller de Gráfica Popular (TGP) abonó en uno de los momentos estelares de la gráfica nacional, que algunos de sus detractores descalificaban como ”nacionalista”, pero en la que, sin duda, se forjaron elementos de la narrativa cívica e histórica de largo alcance, destacando, por supuesto, aportaciones plásticas y estéticas de refinada solución, que en los grabados de Alberto Beltrán denotan una afinada y depurada técnica.
Periodista, editorialista gráfico, publicista, maestro, promotor cultural, ácido conversador, humorista e historietista, muralista, activista, observador vehemente y mordaz y -¿por qué no decirlo también?- de ”flanqueos oficia listas”. Estos últimos se opacan cuando nos acercamos al amplio espectro del trabajo de un creador que puso al servicio de la colectividad todas sus capacidades con generosidad y convicción absoluta, por el bien común, por la comunicación abierta y la denuncia social.
La disposición de los materiales seleccionados se ha empatado por secuencias o narrativas temáticas, dejando de lado cualquier sometimiento temporal. Es decir, sin ningún afán en pos de la precisión histórica, nos permitimos insistir en las limitaciones obvias de un proyecto como éste, que llevará a quien así lo desee a un acercamiento personal de mayor exactitud histórica -para lo cual existe una amplia bibliografía-.
Lo que sí nos permitimos es apostar, sobre todo, a evidenciar la impostergable necesidad de continuar los procesos de investigación, documentación y catalogación de una obra que, en su amplitud, evidencia de manera contundente un talento extraordinario, no ajeno a los conflictos formales y estéticos que cualquier artista atraviesa a lo largo de su vida creativa, que en Alberto Beltrán es una creatividad sin par.
El Taller de Gráfica Popular
La Revolución mexicana fue el primer movimiento popular del siglo XX en el que se establecieron, desde distintos frentes ideológicos, posicionamientos de avanzada en torno a la justicia social: derechos sociales, laborales y educativos, entre muchos otros. Como en todo proceso social de transformación, los actores culturales definieron líneas de acompañamiento y acción directa. En el movimiento muralista convivieron planteamientos formales de búsqueda estética contundentes con narrativas históricas y pedagógicas vinculadas con los procesos de transformación. En términos generales, se trata de una didáctica que, por diversas vías y sentidos –algunos francamente contradictorios–, hizo uso de la historia como herramienta formativa. Por supuesto que los muros tenían sus limitaciones, sobre todo la distribución. De ahí la importancia de los procesos de reproducción de imágenes en las que el grabado y la litografía jugaban un papel fundamental, porque permitían acercar la iconografía a mayores públicos. Cuando, en 1936, se fundó el Taller de Gráfica Popular (TGP) durante el gobierno del general Cárdenas, el de mayor compromiso social del México posrevolucionario, y frente al crecimiento y expansión del fascismo en Europa, los integrantes del TGP –heredero en algún sentido de la LEAR (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios), de origen comunista– plantaron cara y desarrollaron uno de los programas gráficos de mayor alcance e impacto en la formulación de las narrativas visuales de ese momento. Al mismo tiempo, el TGP se convirtió en un “laboratorio” de extraordinaria intensidad en el desarrollo e investigación de valores asociados a la propia naturaleza de este tipo de gráfica: una excepcional contundencia visual y estética. Sin duda, el paso de Alberto Beltrán por el TGP potenció una directriz, ahora fundamental, en la manera como diversas generaciones aprendieron a mirar las transformaciones del país, así como elementos recurrentes del poder popular frente a la infamia del autoritarismo.
Beltrán, el educador
La labor como educador de Alberto Beltrán fue diversa en diferentes épocas de su vida. Al final de la década de los cuarenta ingresó al Instituto Nacional Indigenista (INI), en el que participó en diversas tareas educativas; una de ellas fue ilustrar las primeras cartillas de alfabetización para los pueblos indígenas de los Altos de Chiapas. Paralelamente buscó otras alternativas para enviar mensajes a los alumnos del INI; una de ellas fue la utilización de las películas de 35 milímetros, sobre las que el artista dibujó, eliminando la emulsión que las cubría y amplificando dichos dibujos con proyectores domésticos. Éste fue uno de los recursos con el que Beltrán contribuyó a hacer más efectivas las actividades de los maestros de aquella época.
Más allá de eso, el artista formó ‒y sigue formando‒ la mirada y el reconocimiento iconográfico de generaciones enteras que, a lo mejor sin saberlo, han leído libros ilustrados por él o han tenido en sus manos un billete de 500 pesos, de “los azulitos”. De igual manera, personajes relevantes de la historia nacional mexicana tienen en el imaginario colectivo el rostro o el gesto que Alberto Beltrán les dio.
La caricatura política
Desde sus orígenes, en 1826, la caricatura política en México se vinculó con las causas populares, a la defensa de los derechos de la población y, en general, con su lucha por mejores condiciones de vida. Alberto Beltrán fue, sin duda, continuador de esta tradición: en su sección “El Día Dominguero”, suplemento dominical en el periódico El Día, publicada a finales del siglo pasado, fueron blanco de su crítica la ultraderecha, el imperialismo estadounidense, el abuso de poder, el capital y el alto clero, en una época en la que varios de estos temas eran censurados y la mayor parte de los caricaturistas se enfocaban solamente en la crítica al gobierno en turno. Pero Alberto Beltrán también fue continuador de una tradición gráfica popular que se refleja en su propuesta plástica y en una técnica absolutamente depurada de sus caricaturas, además del uso del humor como medio para afilar la crítica política.
Culturas Populares
La fascinación de Alberto Beltrán por la obra gráfica y la plástica lo llevó a interesarse con fervor por las manifestaciones de las culturas populares de México. Coincidió en la década de 1970 con el creciente interés por el estudio de las expresiones artísticas de las comunidades originarias, lo que implicaba la necesidad de acopiar y sistematizar información y materiales sobre el tema. Así, cuando en 1971, la SEP creó la Dirección General de Arte Popular (DGAP) y le confió la responsabilidad, Beltrán estableció para la nueva área la misión de estudiar, investigar, resguardar y difundir información relativa a danza, música, indumentaria, arquitectura, costumbres, cuentos, leyendas, juegos, artesanías y otras muchas formas que adquieren las identidades colectivas de los sectores alternativos de la sociedad. En esos años se gestó un archivo general de tradiciones y arte popular, que sirvió de base para una publicación monumental: el Calendario de fiestas tradicionales (1977), que concentró información de cerca de 6 500 fichas de investigación. Aquella DGAP es el antecedente directo de la actual Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México. Y el importante acervo formado a lo largo de 50 años se resguarda y se pone a disposición para consulta pública en el Centro de Información y Documentación (CID) “Alberto Beltrán”
Alberto Beltrán, fotógrafo
AGRADECIMIENTOS ESPECIALES COLECCIONISTAS
Alejandro Guzmán Contreras
Héctor E. Peralta Hurtado
Luis Garzón Chapa
Rafael Hernández Víquez
Silvia lsunza Guzmán
CURADURÍA Y GUIÓN MUSEOGRÁFICO
Luis Francisco Gallardo Esparza
TEXTOS ESPECIALES
Alejandro Guzmán Contreras
Héctor E. Peralta Hurtado
José Luis Diego Hernández (Trizas)
Rafael Hernández Víquez
REVISIÓN DE TEXTOS
Mónica Maorenzic Benedito
RESTAURACIÓN DE OBRA
Restoring Partners. Conservación & Restauración de Patrimonio Cultural y Arte
FOTOGRAFÍA
Antonio Nava
COORDINACIÓN
Dulce Olivia Reynoso Rosales