Cuando queremos referirnos a recursos claramente “indígenas” y que son utilizados en muchas de las prácticas populares que suponemos de raigambre autóctona, hablamos del pirul que se utiliza en la “limpia”, el arreglo de sábila que cuelga del clavo tras la puerta para ahuyentar malos espíritus, la “corona” de ajos que protege de los miasmas perniciosos o del alcoholato de ruda que “tiempla” la piel… pero, en realidad, ninguna de estas plantas es originaria de México y, por supuesto, [eran] desconocidas en la medicina prehispánica. Todas ellas fueron paulatinamente incorporadas a la práctica médica-popular de los mexicanos, durante el largo periodo colonial que fundió en un crisol a la herbolaria europea con la mesoamericana. Al principio como resultado del sincretismo obligado por la religión católica ‒fe del evangelizador y arma de la autoridad‒ se produjeron notables cambios en la herbolaria medicinal de los antiguos mexicanos. Los términos religiosos, por ejemplo, usados con frecuencia para identificar a poderosas hierbas de los antepasados, fueron sustituidos por palabras castellanas que encubrieron al mito y rescataron el recurso medicinal que pasó a denominarse: Santa María, Codo del Fraile, Hierba de San Francisco, Manto de la Virgen, Lágrimas de San Pedro, Trompeta del Ángel o Flor de la Pasión. […] En otros casos la traducción de algunos nombres de plantas fue literal y el rico mundo mitológico de los indígenas, con sus leyendas y sus observaciones penetrantes de la naturaleza, aún se percibe: Hierba del Alacrán, Hierba del Venado, Hierba del Aire, Hierba del Zorrillo, Hierba de la Culebra…
[Xavier Lozoya, “La herbolaria: …”, p. 86]

Noemí Bañuelos Flores, De plantas, mujeres y salud. Medicina doméstica mayo, p. 81.
El término “medicina tradicional”, no se refiere sólo a plantas. Tampoco las enfermedades son sólo corporales. Se trata de una expresión cultural que conjuga lo espiritual con lo corporal y lo imaginario con lo real; un punto clave de esta relación es el aspecto mágico, la fuerza religiosa que confiere la fe y el don que les ha sido concedido a quienes se dedican a curar. Los recursos terapéuticos son diversos, tanto materiales como simbólicos: una raíz, una flor, un animal, una sobada, un rezo, una limpia… Si bien la ciencia ha corroborado las propiedades medicinales de muchas plantas de la herbolaria tradicional, hay que tener siempre presente que toda cura es parte del sistema de creencias de una comunidad. Por ello las prácticas curativas que se aplican en comunidades rurales indígenas son ‒en principio‒ el recurso más efectivo para resolver sus problemas de salud.



Los recursos curativos pueden ser vegetales, animales, minerales o ceremoniales, o una combinación de ellos. Las hierbas se usan completas o sus partes (raíces, semillas, espinas, flores); también se ocupan partes de árboles. Los recursos vegetales se hierven y se toman, se maceran en alcohol o se mezclan con una base cremosa y se untan, también se usan para ensalmar o “barrer” al paciente. En la realidad prehispánica,
las flores eran utilizadas por el médico náhuatl a veces simplemente por su buen aroma (el olor agradable se recomendaba para tratar la melancolía). De los animales se puede ingerir su carne, emplear la grasa (muy útil para hacer ungüentos con las hierbas), huesos, sangre o piel, también los huevos. Dentro de los recursos animales se incluyen los humanos: leche de mujer, sudor de hombre, cabello, orines de infantes. Dentro de los recursos minerales está la tierra, que puede usarse para hacer emplastos, o las piedras que se usan en el temascal. Limpias, oraciones, conjuros, ruegos, castigos y ofrendas son también recursos terapéuticos; se trata de métodos de “negociación” entre el curandero y los seres sobrenaturales. Las limpias sirven cuando el mal de la persona ha sido puesto, por un mal aire o cuando ha tenido un susto.
Los hierberos a veces refuerzan el tratamiento con un rezo que sólo ellos conocen, es necesario para mejorar la salud, entendida
como un equilibrio físico y mental. Frecuentemente las oraciones se dirigen al dios o a los santos católicos, aunque se dicen en el idioma originario del curandero. Nos dice un testimonio recogido en X-alau, Yucatán:
Las personas que acuden a las que conocen las plantas y pueden curar, tienen que ser también creyentes para que puedan sanar, no deben burlarse de la persona que les da la medicina y si lo hace no sana porque solamente ofende a ésta como también a las divinidades que son llamadas para curar al enfermo […]
Las personas que curan a base de hierbas en esta comunidad son muy respetadas por las personas que han sido atendidas por ella, porque reconocen el don que le dio Dios para curar…
[Reyna Dzul Pech, p. 81]
Los recursos se toman de lo que ofrece cada geografía, la herbolaria sonorense, por ejemplo, incluye árboles, plantas suculentas, arbustos, bejucos, hierbas, gramíneas.
Carmelino Gutiérrez, uno de los curanderos choles entrevistados por José Luis Pérez Chacón, dice que las hierbas que se usan en una cura se deben tirar donde nadie pase, para evitar que otra persona recoja el mal espíritu que se quedó en ellas. Él “sopla” a sus pacientes y a veces usa medicinas de la farmacia, porque no consigue en el monte lo que necesita. William Holland encontró que la medicina tzotzil considera que lo sobrenatural es la causa y la cura de las enfermedades; si la enfermedad no causa mucho sufrimiento se considera natural y se trata con preparados naturales (hierbas medicinales), las enfermedades de origen sobrenatural (enojo de los dioses, brujería, etcétera) se tratan con métodos mágico-religiosos. Los tzotziles atribuyen a los alimentos cualidades caliente (carnes, chiles) o fría (frutas, verduras), la salud se encuentra en “equilibrar” los alimentos.

Enrique Cifuentes et al., Herbolaria medicinal…, pp. 107-108.



Fermín Tapia García, Las plantas curativas…, pp. 102-103.
Mención aparte merecen los hongos, recurso disponible en el territorio mexicano que se usan como alucinógenos con fines curativos (canalizan el poder del curandero y le ayudan a ver qué tiene la persona enferma). Noemí Quezada ha documentado el uso durante el periodo colonial, además de los hongos, del tabaco, el estafiate (ajenjo) e incluso de la música para inducir el trance o la curación.
Para los mazatecos, tomar hongos requiere de una ceremonia en la que deben estar dispuestos a dar y perdonar para poder conversar con Dios y pedirle solución a su mal. El libro sobre la curandera Domitila Carrisosa citado en las fuentes dedica un capítulo al tema: en qué casos se recurre a los hongos, cómo se deben recolectar y los pasos que se deben seguir en la ceremonia y qué hacer según reaccione la persona tratada.
Sobre la asimilación de la medicina alópata, algunos textos mencionan que, aunque la comunidad tiene preferencia por los tratamientos tradicionales, en algunos casos se aceptan los productos “de farmacia”, incluyendo las inyecciones y los antibióticos.
Es posible identificar la permanencia del sistema frío-caliente incluso en el uso de algunos fármacos como el Vick Vapo Rub y la Aspirina, que se clasifican como calientes; o como la leche de magnesia que se considera fría. Catalina Colín Juárez incluye un apartado sobre la combinación de la medicina tradicional con la de patente.
El siguiente esquema resume las prácticas terapéuticas de la medicina indígena tradicional mesoamericana.

Interculturalidad en Salud. Experiencias y aportes…, pp. 68-69.
Fuentes
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