Por toda Europa se extiende la nueva farmacopea americana con gran rapidez. Algunos de los remedios resultan efectivos contra la terrible plaga sifilítica, que en aquellos momentos asola el Viejo Mundo, y así vemos cómo aquellas raíces y yerbas que modestamente usaban los curanderos indios adquieren categoría de simples valiosos en las farmacopeas oficiales europeas e importancia literaria al ser alabadas por los poetas y escritores de la época. El palo santo o guayaco recibe odas y apologías […] Pacientes agradecidos que encontraron en el leño americano su remedio.
[Germán Somolinos D’Ardois, p. 145]
El Nuevo Mundo aportó mucho a la dieta y a la salud del Viejo Continente. La llegada a América significó para España gran riqueza en minerales, pero también se encontraron aquí diversas plantas medicinales, que los médicos expertos de estas tierras conocían y usaban con eficacia. Ese recurso herbolario pronto adquirió fama y aceptación en Europa.
A decir de Gonzalo Aguirre Beltrán, antes de la llegada española, la medicina de los aztecas era la más difundida en este territorio por el dominio guerrero y económico que estos ejercían sobre otros pueblos y porque ellos absorbieron los conocimientos de otras culturas y los incorporaron en sus prácticas.
Apunta Xavier Lozoya que la medicina que se practicaba en el mundo mesoamericano a la llegada de los españoles, y la que estos traían e impusieron como parte del proceso de colonización, eran muy semejantes en sus bases: ambas concebían la enfermedad dentro de una cosmovisión religiosa propia, la pérdida de la salud se interpretaba como una pérdida del equilibrio resultante de un castigo divino; los recursos terapéuticos también tenían el mismo principio, se usaba la herbolaria disponible en cada geografía; la clasificación “frío-caliente” de los productos curativos encontraba sustento en ambas culturas, no obstante su diferente interpretación práctica. Sin embargo, la disparidad entre los conquistadores y la población sometida tuvo un peso catastrófico: la herbolaria de los indios americanos perdió su fundamento teórico, su vínculo cultural, y quedó regida por una religión ajena.
Los conquistadores querían las plantas, pero no los ritos. La antigua medicina indígena consideraba a muchas hierbas como sagradas; en un plano sobrenatural, los dioses curaban mediante las hierbas, pero para detonar ese poder había que realizar los rituales correctos para la recolección, la preparación y la administración al enfermo. Esta parte ritual (limpias, velaciones, curaciones, succiones), considerada por Angélica Aguilar y Alma Alor como psicoterapéutica, tiene una dimensión curativa distinta a la acción de la hierba en sí. Estas autoras consideran que, incluso quinientos años después, curanderos, parteras, culebreros, hueseros, ensalmadores y otras personas que practican la medicina tradicional son desacreditados al ser considerados por otros grupos sociales como “brujos”, por ello su práctica se limita a sus propias comunidades.


La religión católica implantada en la época colonial aceptaba abiertamente la herbolaria indígena, pero reprobaba los rituales mágicos que acompañaban frecuentemente su aplicación. Por ello, en el Ramo Inquisición del AGN se encuentran numerosos expedientes de juicios (mayoritariamente contra mujeres y mulatos) por el uso de hierbas. El médico y antropólogo mexicano Gonzalo Aguirre Beltrán revisó extensamente dichos expedientes, lo que le permitió conocer o tener noticia de muchas de las plantan y prácticas curativas de la época.
Noemí Quezada, investigó sobre la práctica de los curanderos durante la época colonial, incluyendo el uso de alucinógenos para la iniciación o la cura. Su trabajo parte de dos categorías de análisis: 1) el sincretismo de las prácticas médicas (indígenas, españolas y africanas) y 2) las condiciones socioeconómicas que permitieron o propiciaron la tolerancia de los curanderos, ante la falta de suficientes médicos oficiales autorizados para tratar a los enfermos en el amplio territorio. La gente recurría a los curanderos por necesidad y porque eran parte de la misma cosmovisión, eso tenía un efecto psicosomático. Por otro lado, brujos, hechiceros y hierbateros fueron sospechosos de tener pactos con el Demonio. La autora menciona en sus conclusiones que entre los curanderos había más mujeres y que entre los pacientes era mayor el grupo hispano (es decir que, incluso la práctica de la medicina sustentada en lo indígena, negro, mestizo y mulato, beneficiaba al grupo en el poder).
El uso de las plantas en Sonora, por ejemplo, ha sido tema de estudio desde las misiones jesuitas del siglo XVIII. Las plantas están presentes en la vida cotidiana de los mayos: como alimento, como medicina, como protección de sus casas. Noemí Bañuelos, quien investigó la sabiduría de las mujeres en de esa región, afirma: “etnohistóricamente es escasa la información a la que podemos acudir. Esta parte de la historia como muchas otras no se ha escrito, los misioneros se encargaron de dejarla en blanco, pues todo lo relacionado con sus manifestaciones culturales se consideraba como demoníaco” [Bañuelos, p. 41].
A pesar de las condiciones hostiles, se han conservado bastantes conocimientos y costumbres terapéuticas de las comunidades originarias. Los españoles aprovechaban (con interés del Rey incluso) el conocimiento de herbolaria de los indígenas, de manera que misioneros, protomédicos y autoridades virreinales recogieron datos sobre las plantas medicinales. José Luis Díaz reunió las denominaciones científicas y populares de las plantas medicinales anotadas en las fuentes bibliográficas mexicanas, como punto de partida para nuevas investigaciones sobre la eficacia terapéutica de cada planta y posteriormente poder aplicarlas en la salud pública. El libro de María del Carmen Anzures Bolaños ofrece también una bibliografía sobre historia de la medicina en México, en los siglos XVI al XIX.
A finales de la década de 1970, Alfredo Barrera desarrolló un proyecto para hacer estudios comparativos de recetarios terapéuticos de uso popular de la tradición indígena antigua y presente: el códice De la Cruz-Badiano en la zona de Oaxtepec, Tepoztlán y Malinalco; el material médico en los libros del Chilam-Balam; y una reedición comparada del ritual de los Bacabes (único libro ritual maya) con el ritual nahua.
Entre las fuentes más destacadas del siglo XVI al XIX están:
- El Códice Badiano o Códice De la Cruz-Badiano: descripción de los métodos terapéuticos que se encomendó al médico indígena Martín de la Cruz, quien redactó un texto en náhuatl que no se conserva. La versión en latín fue hecha por Juan Badiano. Explica las cualidades curativas de plantas, animales y minerales que usaban los nahuas antes de la llegada de los españoles. Se publicó en 1552 (apenas treinta años después de la culminación de la guerra de conquista) y reúne ilustraciones de plantas, sus nombres nahuas, descripción de sus efectos y formas de aplicación. Gonzalo Aguirre Beltrán describe su contenido como “abrumadoramente” indígena. Esta obra es muestra del valor que los españoles dieron a la medicina que practicaban los expertos de los pueblos originarios.
- El Códice Florentino, trabajo del franciscano fray Bernardino de Sahagún, que fue comisionado para recopilar datos de los indígenas. Escrita inicialmente en náhuatl (1547) y posteriormente en español (1569-1585), su obra se denomina Historia general de las cosas de la Nueva España. Los textos dedicados a la medicina son: Relación breve del Códice Matritense de la Real Academia de la Historia, que es una lista de hierbas, y la Relación extensa del Códice Florentino.
- La Historia Natural de Nueva España, obra del protomédico Francisco Hernández, a quien Felipe II encargó la recolección de animales, plantas y minerales y estudiar sus propiedades terapéuticas. Durante siete años a finales del siglo XVI, Hernández viajó por el territorio novohispano recopilando sistemáticamente información sobre la distribución, efectos y utilidad de las plantas medicinales.
- En 1786, el rey Carlos IV ordenó una expedición para recolectar plantas alimenticias y medicinales para completar el trabajo de Francisco Hernández. Se conformó para ello un equipo interdisciplinario (incluía: botánico, naturalista, farmacéutico, dibujante y un médico que era el director del Jardín Botánico) que recorrió las áreas del territorio nacional que el protomédico no había cubierto. Ellos conformaron la obra Flores americanas, cuya impresión se pospuso por falta de recursos.
- En las Relaciones geográficas de la Diócesis de Michoacán, se recogen las respuestas al cuestionario que la corona española envió a todos los territorios de ultramar bajo su posesión, elaborado por Juan López de Velazco, Cronista Mayor de Indias, en 1571, que incluye una pregunta sobre enfermedades y otra sobre hierbas medicinales.
- En 1832 apareció en Puebla la primera farmacopea mexicana: Ensayo para la materia médica de México, que dio origen a varias otras que se publicaron hasta mediados del siglo XX.
- Desde finales del siglo XIX, instituciones de salud y escuelas de medicina estudiaron los recursos médicos de México, que se publicaron en los Anales del Instituto Médico Nacional y en la revista La Naturaleza de la Sociedad de Historia Natural.


Francisco Hernández (1517?-1587), médico del rey Felipe II, fue comisionado para recorrer la Nueva España en los últimos decenios del siglo XVI y colectó cerca de mil quinientas plantas medicinales que utilizaban los indios del centro del país; él estableció lo que la medicina española habría de incorporar y preservar de la herbolaria originaria de México. La medicina española, a su vez, tenía influencia de la árabe, producto de la larga ocupación árabe de la península ibérica durante el medioevo. Las informaciones recabadas por Francisco Hernández sobre las plantas en territorio americano se compilaron dos siglos después de su muerte, la obra se publicó en 1790 (hay una edición de la UNAM, de 1960). Su objetivo era dar valor a los elementos medicinales americanos dentro del sistema galeno-hipocrático que estaba vigente entonces en Europa.


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Fuentes
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Bañuelos Flores, Noemí, De plantas, mujeres y salud. Medicina doméstica mayo, Sonora, Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo / Conaculta-DGCP-Unidad Regional Sonora, 1999, acervo bibliográfico CID 1922, disponible en el Repositorio.
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